Vimos Dom Juan

Hay una magia innegable en este Don Juan. Algo que explica por qué permanece grabado en nuestra memoria durante tanto tiempo. Quizás para siempre. Olvidamos todo lo que sabemos sobre Don Juan, olvidamos sentirnos aplastados por el peso de la respetabilidad del monumento. Olvidamos a todos aquellos que ensalzaron a Don Juan: Louis Jouvet, Jean Vilar, Maurice Bluwal. Empezamos la obra desde cero. Primero está Niels Arestrup, cuya presencia casi animal da cuerpo a un Don Juan impetuoso, juguetón, rebelde y cínico. Su actuación, muy física, transmite la pasión de un Don Juan que siempre lleva la provocación un poco más allá, que juega con las reglas, ya sean sociales o morales. Con una energía que mueve montañas antes de convertirse en una energía desesperada. En cualquier caso, no puede durar para siempre. La tensión que crea a lo largo de la obra contribuye a la dimensión trágica que la envuelve. Ahí está este Sganarelle, interpretado por Claude Evrard, que observa a su Don Juan, a quien conoce de memoria, operar, lo cual le fascina y le preocupa. También está, sin duda, la puesta en escena de Maurice Bénichou, que supo movilizar la energía de Niels Arestrup para ponerla al servicio de la obra. Está el lugar, el Théâtre des Bouffes du Nord, cuya desnudez resuena con la intensidad de este Don Juan. Ya no hay distancia entre los espectadores, los actores y los papeles. Afrontamos esta oleada de frente, cautivados como un ciervo ante los faros. Pero todo esto no explica del todo lo que está sucediendo. Al fin y al cabo, no importa, esto es lo que esperamos experimentar en el Théâtre, con mayúscula. Gracias por regalarnos este momento tan deseado.