Vimos Dom Juan

Su Dom Juan era muy esperado por el público de Parvis. Tras haber revisitado a Molière con su Trissotin ou les femmes savantes, que encajó a la perfección con el texto, liberándolo de la misoginia, por anacrónica que fuese, y tras iluminar La huida de Mijaíl Bulgákov con su propia historia personal, regresó para ofrecer su reinterpretación de Dom Juan. Una tarea difícil, porque, como en cualquier obra monumental, la línea entre respetar el texto y lo que la puesta en escena realmente ofrece es tensa. También es difícil porque tenemos en mente innumerables producciones, algunas que hemos visto, otras no, como las de Louis Jouvet, Jean Vilar, Antoine Vitez y Patrice Chéreau, y, más cercanas a nuestra época, las de Daniel Mesquich y Marcel Maréchal. Presentar un nuevo Dom Juan es a la vez garantía de un lleno absoluto y el riesgo de no encontrar la perspectiva única que le otorga a esta nueva producción su brillo distintivo. Por lo tanto, se trata de una obra con una atracción a partes iguales por el monumento teatral, curiosidad por ver qué hará Macha Makeïeff con ella y un toque de escepticismo tras ver a tantos directores paralizados por la imponente presencia de la obra. Las dos horas y media de la función nos llevarán a un viaje entre estas diferentes perspectivas. Macha Makeïeff juega con la modernidad del texto para que resuene con nuestra época y sus normas sociales, tanto rígidas como cuestionadas. Utiliza la modernidad con moderación en su puesta en escena para sacudir el monumento lo suficiente como para que vibre de nuevo. Pero la imponente presencia de la obra resulta demasiado abrumadora como para atreverse a ir más allá. Y su Don Juan se queda solo a medio camino de lo que promete. Es como un compromiso entre clasicismo y modernidad que atrae al público más amplio, sin satisfacer realmente a todos.